Sabías que yo no era Draco. Jamás esperé las sobras; dejaba que jugases con los tallarines que nos ―me― preparabas. No babeaba tus zapatillas; tampoco por ellas. Sé que te preguntas por qué me perdí. Todavía me pregunto por qué olvidaste mis parpadeos; por qué me quitaste el gorrión, con lo que costó. Yo, por entonces, era joven y tenía dos vidas ―dicen que siete―, pero me robabas una. Ayer un conocido común, el niño ―ya no tan niño, un poco menos repulsivo― del vecino, quiso acariciarme. Me acordé de ti y me acerqué. No había tallarines y me fui.
De no recuerdo los años
La pasión dura algunos minutos
de no recuerdo los años.
Los olores que nos guían
no son iguales a la estrella polar.
Cambiaron su estímulo.
Perdieron su intensidad.
Liaron todo. Nos liaron.
Y todavía te preguntas por qué vengo
con un cepillo de dientes
que el domingo tiro a la basura.
Donde solíamos gritar
No me salpiques. Bebe con talento. No te preocupes. La distancia entre la ausencia y el jamás no es tan reducida. Ya volverá. Al final, sois la una para el otro. Ya verás, vendrá y yo me iré donde solíamos gritar. Volverá y yo, en el peor de los casos, me quedaré con las ganas de volver a follarte. Será, a saber, agosto. Traerá vino blanco. Y yo, ya en un jamás definitivo, quedaré afónico.