«Lo siento», dices,
y sonrío
pues lo dices
sin sentirlo
y, desde luego, no soy quién
para que sientas
nada.
No tengo por qué reprocharte
que la aurora austral
se dé en el sur.
Calma,
no, nada, no.
No tengo por qué reprocharte
que tus reproches
no me los dirijas a mí.
Bueno,
un café rápido.
No tengo por qué reprocharte
que la excusa valiente
la sientas en otro cuerpo.
Quizá,
será cierto, ya no sonrío tanto.