La madrugada sigue y la estatua no pega ojo. Ya lo sé. Las estatuas duermen tanto que no pertenecen a los vivos. Pero, pero, pues. Todo comenzó cuando un coche se estampó con ella. Algunos creen que teme por ella. Pero. Pero qué sabrán. Pues esos no se han topado con el olor a sal que quedó en toda la manzana. Ella ya lo sabía. Antes de la irrupción de las sirenas, la estatua ya lloraba al grito descompuesto, a la familia muerta.