Aquel día Ernesto Julca había instalado su tenderete en la rotonda del cementerio. Nadie consideraba sus ofrendas florales. Ernesto Julca no se extrañaba ya que en aquel cementerio no yacían personas. Sólo se encontraban las tumbas de la dulzura, la tolerancia y todas esas cosas que cuando no se tienen, no se lloran.