Nunca hubiese imaginado que llegaría este día tan pronto. Jamás he incumplido mis obligaciones respecto al rugby, ni siquiera cuando nos castigaba una tromba de agua y el campo se hacía tal barrizal que en algunos trozos el césped desaparecía. Con cada pisada, los pies se nos hundían, pero al abrir la boca, saboreábamos algo más que el sudor de las camisetas. Aunque no levantásemos el revuelo que genera el fútbol, siempre palpábamos el ambiente, ya que en cada choque, nos dejábamos la sangre y tras los vendajes, nos crecíamos. Ese crecimiento no lo trabajábamos en el gimnasio. Al crecer, no aumentábamos nuestros músculos sino nuestras almas. Fortalecíamos una cadena común. Formábamos un equipo.