«¿Las doce? ¡Me dormí!». Pablo salta. Comienza a vestirse. No se ha calzado sus Fluchos, cuando sumerge los Frosties en la semidesnatada del Hacendado. Una primera cucharada, una segunda, un sorbo al Nespresso, una tercera, una pausa, se detiene. «Poco importa. Si algo no tiene solución, no hay preocupación que valga». Recoge el desayuno. Vuelve a la cama, pone el iPhone en modo avión y se encomienda a Morfeo.