Mi mayor rival era el más sufrido, preparado e inteligente de los opositores. Era un clérigo enclaustrado que siempre estudiaba y nunca fallaba. A diferencia de mí, él iba tan sobrado que por las tardes, se metía en una cabina telefónica, salía de ella y se disponía a salvar el mundo. Por desgracia para la Administración Pública, ese superhéroe jamás existió. Bueno, quizá durante algún tiempo, dentro de mi cabecita. Sin restar mérito a nadie, supermán no concurrió a mis oposiciones. Mi mayor contrincante era una ilusión que yo mismo había creado. No digo que no hubiese competencia. La había. No obstante, competía contra humanos, no contra la élite de una maravillosa ficción. En momentos puntuales, fui absurdo y pasé miedo pues, envuelto en nerviosismos transitorios, no consideraba buenos opositores, sino auténticos gigantes.