Necesitaba, en realidad, una talla más, pero al ser elásticos, entré en los vaqueros. La tienda, nada exclusiva, se situaba en la última planta de lo que llamaban el rascacielos, una torre de ocho pisos, la más alta de aquella ciudad. Los vaqueros no solo eran nuevos sino que, contra la moda de aquel momento, no lucían desgastados. Excepto por la elastina, eran tradicionales, genuinos, de los de siempre. Para vestirse por los pies.
Mi tarjeta de crédito, sin embargo, estaba desmagnetizada y el datáfono fue inflexible. Me quedé, ante todos, sin presumir de tipito, sin vestirme por los pies, sin usar una tallita menos.