Las anécdotas habían perdido su inocencia. Debíamos vernos. Compré un billete de ida. Facturé. Antes de volar, te mandé un mensaje. Al parecer, fue excesivamente corto. Me detallaste todos los problemas de la brevedad en la respuesta más larga que jamás he recibido. Leí sólo el principio. Era suficiente. Me olvidé del equipaje. No subí al avión. Experimenté, con todo, un despegue alternativo.