La tormenta empantanaba la batalla. Lamíamos sangre y sudor. Oíamos el zumbido certero de sus flechas, la voz ronca de la muerte, los pasos metálicos de nuestra retirada. Nos pasmó, de súbito, una claridad cegadora y un ruido de ultratumba. Al abrir los ojos, su torre en llamas.