Laura, turista en temporada alta, vestía una riñonera mal ajustada en cuyo interior se mezclaban billetes arrugados, pero gordos, y calderilla, mucha calderilla. Al andar, la calderilla repicaba tanto que la riñonera parecía un sonajero.
Por aquella zona, Patricia ejercía de ladrona, una ladrona que se movía con los cinco sentidos, en especial, el oído. En la primera esquina, Laura y Patricia chocaron. Al chocar, la riñonera de Laura se desató y cayó al suelo. Laura, sofocada por el susto, olvidó su riñonera, se disculpó y se alejó. Patricia, en cambio, reparó en la riñonera y se agachó para recogerla. Se la pasó de una mano a otra. Surgió un sonajero desacompasado por la calderilla. Patricia, ladrona de oído exigente, reconoció aquel ruido barato. Ni se molestó en abrir la riñonera.
—¡Disculpe! —gritó Patricia—. Esto es suyo.