Pensé que había hecho algo malo. ¿Me llevarían a un internado? Paré. ¿Cuántas monjas habría en un internado? Temblé. Mi crecimiento siguió en el bosque. Perseguí saltamontes hasta que aprendí a cazar. Llegó la adolescencia. El beso se hizo besuqueo. De pronto, sólo me sentía cómodo en la orilla, entre los matorrales, junto a la maleza y la cursilería.