Duermes con tu muslo sudado sobre mi ingle. Cuento hasta tres y hasta mil. Chicharras y la boca seca. No te despierto. Resoplo. Me levanto a beber. Cuando vuelvo, las chicharras han callado, tu muslo ha desaparecido. Cierro los párpados con fuerza, pero se me abren. Un grifo gotea y me evoca otro goteo, el de las sábanas empapadas, el de un flechazo que ha hecho agua.