No limpies los platos. Ha sido la fiesta de Juan, déjale que se apañe. Inés, a veces, pienso que naciste para sufrir. En las fotos sales muy mona, pero la vida no son fotos. La vida es liturgia, naturaleza, carretera, manta y muerte. En verdad, eso ya lo sabes. No es nada nuevo. Eres luchadora. Todavía te escucho suplicar bajo el fango. Tu piso es una escalera de tierras movedizas. De tu trabajo, mejor ni hablar. Tus niños no han nacido, pero vendrán.
Pese a que quise ser algo más, tampoco me esforcé mucho. Fue mi timidez. Fue el bochorno de lo que podría haber sucedido. Así quedé como segundo plato en la distancia de otra mesa. Me conformé, pero ahora es todo lo contrario. Zaragoza te gustaría, pero yo sería otro don Juan de mierda. ¿Para qué molestarnos entonces? Además, te tengo idealizada y luego, ya te imaginas, no pasaríamos de un polvo, de unas palabras, de una segunda cita.
Para desahogarnos, soltarte que ya no sueño contigo. Ahora pienso en pentagramas a ritmo de rock. Y, con todo, a mis treinta y pocos, cada vez me cuesta más diferenciar el pop del rock. Mi nuevo capricho es la escritura. Es lo opuesto a la medicina actual, pues vas a un hospital y te tratan como una cosa. Lo habrás oído. Lo llaman la cosificación del paciente. Yo lo he sentido. Esa ha sido mi experiencia. Los médicos saben tanto de medicina que se olvidan del dolor, en especial, del dolor más interno. Te clasifican y en un plato incoloro, te ponen una receta y unas pastillas. La escritura, en cambio, es un zumo vacío que está por exprimir.
Bueno, dejemos el palique y volvamos al salón. La gente luego es muy malpensada. ¡Y qué ganas de revolver para una historia que no empieza! ¡Anda! ¿Estás llorando? ¿Qué te abrace? No puedo. No sigas. Me estás contagiando tu llanto. No puedo seguir así. ¡Tiremos los platos al suelo!
